En cuatro días, no sé las veces que pudimos recorrer cada una de las calles principales y callejuelas de la Habana Vieja. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982, el centro histórico de la capital cubana tiene reminiscencias de una grandiosidad arquitectónica de épocas pasadas y está perfectamente mimetizado con el carácter de los habaneros, que viven con calma y al ritmo de la música. Si de El Cairo me fui con la sensación de que echaría de menos el desorden, de La Habana salí con el alma llena de melodías que me acompañarían en mi cabeza durante los días posteriores.
Centro neurálgico y corazón de la ciudad
Nos alojábamos en el Hotel Plaza, un edificio imponente por fuera que por dentro era mucho más modesto de lo que pudiera parecer en un primer vistazo del exterior. La habitación no tenía aire acondicionado, con lo cual dormíamos con las ventanas abiertas de par en par, y nos despertábamos todas las mañanas a las 8 en punto con los alumnos de una escuela que teníamos en el edificio de al lado quienes, uniformados y de pie (salvo alguna embarazada que había en avanzado estado de gestación a la que le permitía sentarse) cantaban un himno antes de empezar las clases.
La tele de tubo catódico, con más años que yo, no funcionaba y en el baño para asearse no había más que una pastilla de jabón ínfima y de mala calidad. Había un supermercado cerca del hotel donde, entre las estanterías semi vacías, encontramos algo parecido a un bote de gel y donde aprovechamos además para comprar unas botellas de agua. Eso sí, tuvimos suerte, porque al día siguiente volvimos a por agua y ya ni había ni se sabía cuándo iba a haber más, según nos informó la cajera. Así, en 24 horas, aprendimos el sentido de dos expresiones muy frecuentes en la Habana: “no hay” y “se cayó” (esta última cuando tratamos de cenar en un restaurante que aparecía en todas las guías turísticas pero que ya no existía porque el edificio que le albergaba hacía unos meses que se había venido abajo, situación bastante frecuente en la ciudad según pudimos comprobar).
Lo mejor de nuestro hotel, sin duda, era la ubicación, en una de las esquinas del Parque Central, que nos permitía ir andando a cualquier lugar de La Habana Vieja. El primer día decidimos coger el bus turístico que paraba en el Parque Central para dar una vuelta a la ciudad y situarnos. Salir del hotel y llegar a la parada del autobús es un recorrido de menos de 3 minutos a pie, pero tardamos como media hora en llegar: nos fueron parando en el camino y dando conversación distintos individuos, con intenciones nada claras en algunos casos: una chica joven con un carrito de bebé que nos pedía que le compráramos leche para su hijo (nos habían advertido de que era un timo, esto era en la puerta del supermercado donde fuimos a por el gel), un chico que se presentó como fotógrafo y se ofreció de guía turístico, taxistas varios (incluidos los del Coco-taxi, una especie de huevo amarillo con 3 ruedas con el que nos aventuramos el día siguiente a ir a la Plaza de la Revolución), otro chaval que nos hablaba de una fiesta en la Casa de la Música por el aniversario de la muerte de Compay Segundo (creo que en ese momento estaba todavía vivo).. Y así hasta que llegamos a la parada y subimos al autobús.
Una vez que hubimos bajado del autobús turístico, nos dividimos la ciudad en varias áreas que consideramos de interés para visitar, y comenzamos por la zona del Capitolio Nacional de Cuba, a escasos 5 minutos andando. Ya nos habíamos aclimatado al ritmo cubano, así que, entre la compra del gel, el llegar a la parada del autobús, realizar el recorrido turístico y sacarle unas cuantas fotos al impresionante edificio del Capitolio, se nos había hecho la hora de comer. Y la hora de adentrarse en el corazón de la Habana Vieja.
Cuatro plazas y mil calles para recorrer
Siempre bajábamos por la calle O`Reilly y después ya nos dejábamos llevar por cualquiera de las callejuelas de la Habana Vieja. De entre las 4 plazas más famosas (la de Armas, la de San Francisco, la de la Catedral y la Plaza Vieja), si tuviera que elegir, me quedaría con esta última, por la vida que hay alrededor de dos bares situados en dos de sus esquinas: un bar con terraza donde comimos (y sonaba música, por supuesto, y la gente bailaba en la calle entre las mesas) y una cafetería que hay enfrente, donde experimentamos en primera persona cómo los clientes comparten azucareros con total naturalidad entre las distintas mesas. No hay para todas.
Por las calles de La Habana Vieja se entremezclan de paseo los turistas y los cubanos. Nos llamó la atención que, en aquel momento y en pleno centro de la ciudad, no hubiera ningún banco, farmacia o tienda de ropa más que una que vimos con pinta de ser local y de vender ropa de segunda mano. Ni siquiera están las típicas tiendas de souvenirs (encontramos un par de ellas cerca de la Plaza de San Francisco para comprar el recuerdo más típico de la isla, la camiseta con la cara del Che Gevara). En su defecto, hay mercadillos de libros y cachivaches varios, donde pudimos comprar souvenirs hechos a mano a un precio muy módico y, ya de paso, charlar un rato con los que atendían los puestos.
3 maneras de disfrutar del Malecón
El punto de mayor concentración de la vida social callejera de los habaneros es el Malecón. Sobre todo al atardecer, que es cuando se reúnen allí grupos de amigos y parejas para ver la puesta del sol. Nosotras la vimos desde dos perspectivas: tomándonos una piña colada desde la terraza del Hotel Nacional (pensábamos que iba a ser una clavada, pero fueron como 3 euros) y a pie de calle, apoyadas en el muro. Estas dos experiencias no tuvieron nada qué ver, y merece la pena vivirlas las dos: pasamos del glamour de uno de los mejores hoteles de la ciudad al contacto con el pueblo llano (los habaneros no dejaron de hablarnos en ningún momento y hacernos mil preguntas sobre todo tipo de cuestiones, eso sí, siempre desde la educación y el respeto).
Otra perspectiva del Malecón es la que se puede divisar desde el Castillo del Morro, situado al otro lado de la bahía. Llegamos hasta allí en un taxi desvencijado que llevaba circulando más de 50 años, por lo que nos contó el taxista. No se si sería exageración, pero montadas en él, le dimos credibilidad. Además de las vistas del Malecón, en el Castillo del Morro se puede visitar la fortaleza, una especie de fábrica/museo/exposición donde se hacen y se pueden comprar puros, y el faro, donde el farero, por una módica propina, nos dejó trastear con la radio y hacer como que emitíamos una señal a algún barco cercano.
La noche me confunde
Visto de día, es uno más de los hoteles ubicados en un edificio señorial del Parque Central. Pero en uno de sus bajos (o justamente al lado, no recuerdo muy bien ni su localización ni por supuesto su nombre), El Hotel Inglaterra alberga un local muy peculiar en el que acabamos la última noche de nuestra estancia en La Habana. Pero eso ya, para la próxima entrada del blog.
Viaje realizado con La Rubia en noviembre de 2011
Cuba en 3 pasos: https://www.3xelmundo.com/cuba-en-3-pasos/