Cómo llegar y cómo moverse
Aunque San Petersburgo tiene aeropuerto y la distancia con Moscú es considerable, nosotras decidimos, por economía (así no pagábamos una noche de hotel), y por ahorrar tiempo (si cogíamos uno diurno perdíamos una mañana o una tarde entera), que iríamos en tren. A la ida fuimos en uno nocturno que casi perdemos: ni un mostrador en la estación de Leningradsky de Moscú donde hablaran inglés, un cambio de vía inesperado, letreros en cirílico, una azafata malencarada revisando los billetes antes de subir al tren y que no quería dejarme hacerlo, todavía no sé qué me decía y por qué al final me dejó subir….. En fin, todo facilidades una vez más.
El interior no estaba mal, asientos relativamente cómodos y muy espaciosos, eso sí. Según arrancó yo me acomodé, puse la alarma del móvil y a dormir (el tren finalizaba su recorrido en Tallín y no esperábamos que nadie avisara de las paradas o, en el caso de que lo hiciera, de que nos enteráramos de qué estaba diciendo). Creo que Flower consiguió conciliar el sueño como una media hora en un total de 8 de trayecto.
A la vuelta, cogimos un tren de alta velocidad y en 4 horas ya estábamos en Moscú. Dada nuestra experiencia a la ida en el aeropuerto de Domododévo (ver Moscú 3P), alquilamos un transfer (unos 50 euros) que nos esperaba en la estación y en una hora nos dejó allí.
Con la legaña puesta todavía, salimos de la Estación de Moskovsky y nos topamos con la avenida Nevski desierta al amanecer. Teníamos, según Google Maps, unos 10 minutos andando a nuestro hotel, que los hicimos con la boca abierta viendo lo que nos encontrábamos a nuestro paso.
Nos alojamos en el hotel Talismán un 3 estrellas con muy buena relación calidad precio (unos 20 euros al cambio por persona y noche sin desayuno), y bien ubicado con respecto al centro de la ciudad. La relación calidad-precio nos pareció no buena sino excepcional cuando nos encontramos con una habitación doble muy espaciosa, con cama king size, chimenea… Según entramos nos fuimos a desayunar y al free tour, y cuando volvimos, nos echamos un par de horas para descansar y para afrontar la tarde con energía.
Al día siguiente nos informaron en recepción en un perfecto inglés (al menos en San Petersburgo había quien hablaba este idioma y fue más fácil entenderse) que se habían equivocado con nuestra reserva y que nos cambiaban de habitación. A una de una categoría más baja y que se correspondía con nuestra tarifa, ya nos extrañaba a nosotras tanto lujo por ese precio.
En cuanto a métodos de transporte, acostumbradas a las distancias inmensas de Moscú, nos hicimos todas las visitas a pie. Ni siquiera cogimos el metro para ir a ningún sitio, ni para verlo (creo que hay estaciones que merece la pena visitar, al igual que el de Moscú). También hay paseos en barco por el río y los canales, pero ni tiempo para planteárnoslo siquiera.
El río de la vida
El río Neva separa dos partes fundamentales de la ciudad y, a la vez, con sus numerosos puentes, hace que esta separación se note lo menos posible.
Cruzando el Puente del Palacio (que sale justo desde un lateral del Museo del Hermitage) se llega a una de las construcciones más representativas de la otra orilla: el edificio de la Bolsa. Delante suyo, se encuentran las columnas rostrales, decoradas con proas de barcos y que conmemoran las victorias navales rusas. Cada una de las 4 figuras que se encuentran a sus pies representan los cuatro ríos rusos más importantes.
Dos actividades recomendadas desde este lado del río, según la perspectiva de la foto: ver atardecer sobre el Neva o asistir al espectáculo de luces y música con el que se levanta el Puente del Palacio cada noche para dejar pasar los inmensos barcos de mercancías en su paso hacia el mar Báltico.
El secreto está en el interior
Catedral de San Salvador de la Sangre Derramada Museo del Hermitage
Además de mi edificio preferido de San Petersburgo (Casa Singer, foto de portada de este post, reconozco que tengo debilidad por la arquitectura modernista), dos de los monumentos más relevantes de la ciudad me ganaron tanto por su exterior como por su decoración interior: la Catedral de San Salvador de la Sangre Derramada y el Museo del Hermitage.
Éste último, por su ingente cantidad de obras de arte (más de 3 millones de piezas) es inabarcable a menos que le dediques un tiempo considerable. Eso sí, un recorrido por algunas de las estancias, como la escalinata o el salón del trono, ya merece por sí solo pagar la entrada (a partir de unos 3 euros y medio dependiendo de los edificios que se visiten). Cierra los lunes, y los miércoles amplía su horario habitual (10.30h. a 18.00h.) hasta las 21.00h.
Por cierto, en una de las salidas del Hermitage se encuentra el imponente pórtico de los Atlantes, a los cuales hay que tocar un pie cuando se pasa delante de ellos para que te den buena suerte. Al igual que en Bangkok, que campana que veía a la entrada de un templo, campana que tocaba, las veces que pasé delante de ellos… No pude evitar tocarles.
Las mejores vistas nocturnas
Así nos lo recomendaron en el free tour, que subiéramos a la cúpula de la Catedral de San Isaac para ver todo San Petersburgo iluminado, que merecía la pena. Yo tengo muchísimo vértigo, pero también una atracción morbosa por subirme a cualquier torre a contemplar unas vistas panorámicas. No me da tanta impresión si hay una buena barandilla o muro que me impida ver la altura a la que me he subido y hay vistas que merecen mucho la pena.
Catedral de San Isaac Escaleras de la catedral de San Isaac
El problema en este caso vino no del mirador, sino de la subida a él. La primera parte se hace por una escalera de caracol interior empinada, es cansado, pero bueno… Y la segunda por una escalera que está al aire y permite ver lo que hay debajo entre escalón y escalón: una altura impresionante, según se puede apreciar en la foto anterior.
Flower la subió sin ninguna dificultad, pero en cuanto yo puse un pie en ella… me empezaron a pitar los oídos y sentí sensación de mareo. Traté de bajar por donde había subido, pero me dijeron que la escalera de bajada estaba por otro sitio, y para llegar a ella, primero tenía que subir hasta arriba del todo, desde donde Flower trataba de animarme. Tampoco la dejaban bajar a ayudarme.
Así que 15 minutos después, encontré la forma de subir: de espaldas, sentada en los escalones, uno a uno. Y con la inestimable ayuda de Sergei (recuerdo su nombre perfectamente) que se puso detrás mio para taparme la vista y darme conversación. Llegué arriba con más miedo que vergüenza, total, la dignidad ya la había perdido en el primer escalón, pero lo conseguí. Para bajar, por otra escalera similar a la que había subido pero en la parte trasera de la cúpula, repetí escena bochornosa, pero esta vez con Flower delante, a la que me agarraba como si no hubiera un mañana. Al menos, con ella hay confianza. Por cierto: las vistas merecen la pena.
Post completo sobre San Petersburgo: https://www.3xelmundo.com/san-petersburgo-la-ciudad-de-los-zares/