Unidos por el denominador común del mar, Roskilde y Mon son dos caras de la misma moneda: por un lado, la ciudad, antigua capital de Dinamarca, es uno de los puntos turísticos señalados en cualquier guía por su herencia vikinga, tan representativa del país; por otro, Mon es una isla diminuta al sur de Selandia (la región danesa donde se ubica Copenhague) que alberga uno de los paisajes naturales más espectaculares que puedas imaginar: sus acantilados blancos de 130 metros de altura.
Herencia vikinga y real
Una vez que ya habíamos visto todo lo que nos resultaba de interés en Copenhague (4 días) decidimos explorar el resto del país, o al menos, la región de Selandia, que era lo que nos pillaba más a mano. Una de las opciones más económicas es adquirir la copenhagen card, válida para transporte y entradas a lugares de interés en un área que abarca la capital danesa y alrededores. Así llegamos hasta Roskilde e hicimos una ruta de castillos (lo cuento en el siguiente post). Para llegar hasta Mon, alquilamos coche. Los descuentos de la tarjeta están muy bien, pero no dan para tanto.
En la estación central de Copenhague cogimos un tren que nos llevaría a Roskilde. Imposible localizar el andén al que teníamos que dirigirnos, así que nos fuimos directamente al puesto de información donde nos atendieron amablemente en un inglés perfecto y nos facilitaron un mapa de los trenes de Selandia. Muy buena intención la suya al darnos el mapa, pero muy poco útil en la práctica. Según llegábamos a la estación correspondiente, a falta de taquilla o puesto de información, teníamos que preguntar a los pasajeros que esperaban el tren a qué vía teníamos que dirigirnos. Siempre nos respondieron de buen grado y con mucha educación.
Nuestra primera parada en Roskilde fue en su catedral. Declarada Patrimonio de la Humanidad, este templo medieval alberga las tumbas de las familias reales danesas desde el siglo XV. Su interior es impresionante, y cada mausoleo es a cuál más espectacular, un sitio que los amantes del arte fúnebre no deberían perderse.
Cuando nos dirigimos a la zona del museo de barcos vikingos y aledaños pudimos comprobar que el honrar la memoria de los antepasados no era sólo reducible a la catedral, sino al resto de la idiosincrasia y paisaje de Roskilde. En los muelles del museo puedes contemplar barcos vikingos reales restaurados, participar en talleres (si vas con niños) en los que te muestran de manera interactiva cómo era el método de construcción o darte un paseo explicativo montado en una réplica de nave. En el interior, te puedes subir a una de las reconstrucciones de los barcos (para los amantes del postureo en Instagram).
Cerca del museo, todavía quedan algunas casas representativas de la arquitectura danesa: son pequeñas, de colores y con los techos de paja muy inclinados. Yo que soy una amante del sol y del calorcito, cuando veo este tipo de construcciones lo primero que se me viene a la cabeza es que si los techos están así de inclinados, eso significa que tienen que caer en invierno unas nevadas de impresión. Eso no le resta que sean muy pintorescas y que el paseo por esta zona peatonal de calles empedradas en cuesta sea muy agradable… pero en verano y con una temperatura superior a 20 grados. Para mi gusto claro.
Como igual de agradable fue la última imagen que tengo que Roskilde en la memoria: antes de coger el tren de vuelta a Copenhague, nos sentamos un rato en un banco en la plaza principal, observando el devenir tranquilo de un lado a otro de sus habitantes, sin levantar la voz, aparentemente sin prisas. Atardeció en Roskilde viendo la vida pasar.
490 escalones
Ni uno más ni uno menos, contados, lo puedo asegurar, hasta llegar a la playa de los acantilados de Mon. Bajarlos por una escalera de madera superando mi vértigo fue un reto. Subirlos con gran esfuerzo y haciendo miles de paradas mientras dejaba paso a un grupo de adolescentes que los subían y bajaban corriendo varias veces mientras yo trataba de llegar arriba, fue significativo de mi mala forma física. Y de mi pila de años.
Para llegar a la isla de Mon alquilamos coche. Después de ver varias opciones, nos decantamos por la más económica que fue Sixt. En el centro de Copenhague, justo detrás de la oficina de turismo y muy cerca de la plaza del Ayuntamiento, hay varias oficinas de compañías de alquiler de coches.
Gracias al gps y a la buena orientación de Flower, conseguimos salir de la ciudad sin incidentes, aunque marcando algún record histórico: creo que conseguí que me pitaran en un cruce. Igual fue el único pitido que escuché en esos 7 días. Sin nada más reseñable, nos plantamos en unas 3 horas en la capital de la isla de Mon, Stege, una pequeña localidad que no llega a los 4.000 habitantes y donde, según aparcas, te sumerges en el ritmo isleño. Solo en la oficina de turismo estuvimos más de media hora, con un atento danés que chapurreaba algo de español mezclado con inglés y que nos dio todo tipo de explicaciones de qué hacer en la isla.
Nuestro objetivo estaba claro: después de un agradable paseo por Stege, después de comer en uno de los bares de comida rápida- éramos los únicos comensales- nos dirigimos hacia los acantilados de Mon.
Si impresiona verlos desde arriba- hay un camino bien señalizado para recorrerlo durante kilómetros, nosotros hicimos unos cientos de metros- bajar hasta la playa es imprescindible (a pesar de las escaleras) para poder admirarlos en toda su magnitud.
En dos días nos habíamos sumergido en la esencia histórica danesa y habíamos admirado una de las maravillas de su naturaleza. Siguiente parada y próximo post: la ruta de los castillos.
Viaje realizado con Flower y el Sr. Marqués en junio de 2018
Dinamarca en 3 pasos:https://www.3xelmundo.com/dinamarca-3p/